Un día, caminando por los lados de la plaza Bolívar en Porlamar, Isla de Margarita, tuve un regalo cautivador que me ha brindado la naturaleza, cuando con las caricias de la fresca brisa pude observar danzar las hojas secas de los árboles en caída libre, bailando al ritmo del sol en una canción de ilusión, donde miles de hojas acariciaban las aceras de la plaza central con un rugir entre sus pasos, abriéndole las puertas al más hermoso color de la pasión del momento. Contemplaba tan mágico instante que me quedé inmóvil. Desde el suelo mismo hasta la copa del árbol más alto, danzando sin cesar al compás del viento, pude escuchar la esencia de la misma naturaleza pidiendo a gritos que la tomaran en cuenta, a pesar de lo colapsada que se encontraba la vía, repleta de peatones y de autos que pasaban sin parar, arrojando contaminación a cántaros, impidiéndole un respiro a la naturaleza misma; entonces, inexplicablemente cubrió el momento un silencio sepulcral, donde sólo se podía respirar en armonía con uno mismo, donde se podía escuchar la más pequeña hoja rozando el suelo, que dentro de su insignificancia pasajera, daba la guía y el rumbo a la gran multitud de hojas que caían al mejor ritmo de la música...
Hojas secas que supieron burlarse de la cotidianidad urbana...
Hojas secas que le dan la mayor vida a los instantes más cotidianos de las calles...
Hojas secas que nos reviven la verdadera esencia de la naturaleza misma...
De como cada detalle le da significado a nuestro pasar por este plano terrenal...